Hay personas que despiertan en nosotros un amor profundo. Nos sentimos unidos de ser a ser por lazos que van más allá de los pequeños actos cotidianos. No responde a razones: percibimos al otro tan cerca que nos parece una especie de salvación. Todo se vuele más intenso, más colorido. Nos sentimos nutridos, reconocidos, sostenidos. Es el amor incondicional, surge de corazón a corazón, es el resultado de abrirse al otro sin reservas. Aparece con una fuerza que lo invade todo.

Sin embargo, el amor no es sólo eso.

Según Welwood, no somos puro corazón, sino que también vivimos de una forma terrenal, tenemos necesidades personales, gustos, cautelas y preocupaciones que influyen en nuestra relación. Cuando alguien encaja en nuestras preferencias, sentimos placer. Es el amor condicional, son las condiciones que imponen nuestras necesidades.

Estas dos formas de amor, el incondicional y el condicional, la pasión y el temor, conviven en nosotros como dos polos de un mismo fenómeno. No toleramos fácilmente dentro de nosotros aspectos opuestos; nos decantamos por uno a expensas del otro, como si decirle que sí a uno implicara obligatoriamente decirle que no al otro. La vida es polaridad. Sucede como el sueño y la vigila: cuando damos paso a uno, sale el otro. A veces somos todo sueño; otras todo vigilia. Sin embargo, necesitamos los dos estados, necesitamos de esa totalidad. Así, necesitamos del amor incondicional y del condicional.

En el amor incondicional nos expandimos, salimos de nuestros límites, disfrutamos la sensación de fundirnos con el otro, flotamos en las nubes. Nos privaríamos de ese placer inmenso si sólo pensáramos en el control y la seguridad. Sin embargo, de quedarnos únicamente apegados a este aspecto, a este polo, sufriríamos desilusiones muy fuertes en los momentos en que la vida real nos presente sus problemas y tengamos que hacer funcionar la relación. Sentir la exaltación del amor incondicional no implica que tengamos que decir que sí cuando necesitemos decir que no.

Ambos polos coexisten permanentemente. Por eso, podemos llegar a sentir que amamos a la vez y odiamos a la misma persona. Amamos entre estos dos polos, entre romance y la realidad. La transición es dolorosa, pero necesitamos entendernos en los dos aspectos.

Muchas separaciones se desencadenan cuando un polo ha sido sacrificado. A los 30 años, por ejemplo, el amor condicional surge con mucha fuerza, el proyecto es muy fuerte, está por delante la formación de una familia, una casa, los proyectos laborales. Pero cuando se van cumpliendo los objetivos, si la pareja se sostenía únicamente en ese tipo de amor, los lazos de unión se debilitan.

Por otro lado, cuando hay puro amor incondicional, con encuentros intensos de ser a ser pero con enormes dificultades para armonizar las necesidades de cada uno, la vida puede convertirse en un infierno irremediable.

En una relación de pareja, cada uno necesita sentir amor incondicional y la vez entenderse en lo que llamamos amor condicional, como si dijéramos: “Lo quiero desde el alma y con mi cabeza también lo elijo”.

En el amor condicional, cada uno elige lo que armoniza con su personalidad; pero si no hay más que eso, cuando se acaban los proyectos para los cuales se unieron, deja de existir el único lazo que les mantenía juntos. Es entonces cuando ocurren muchas separaciones.

Por otro lado, cuando existe esa magia pero los choques de personalidad son permanentes, si ambos desean seguir juntos es posible mejorar la relación. Precisamente, las terapias de pareja apuntan a poder ampliar la personalidad de cada uno, de manera que se pueda ir aceptando el mundo del otro. Cuando el proceso se da, la pareja puede enriquecerse mucho. Por el contrario, si este proceso se estanca, los permanentes choques con la realidad van deteriorando y ensuciando la magia que había.

Lo más que nos cuesta es llegar al amor incondicional, abrirnos a la posibilidad de amar incondicionalmente. Y es bastante previsible que sea así, pues en el amor condicional uno puede ponerse de acuerdo con mayor facilidad: sabemos lo que queremos, sabemos cómo es la personalidad del otro, y los proyectos van con nuestra forma de ser. El problema real consiste en desarrollar esa clase de amor que uno siente desde el alma y que no tiene condiciones.